Octubre de 1983 El Valor, de un Alma Por el élder Joseph B. Wirthlin Del Primer Quorum de los Setenta
Una guía para maestros orientadores en sus labores con miembros inactivos
📷Mi gran preocupación es por los hijos e hijas de Dios entre nosotros, que tan a menudo catalogamos de “inactivos”
En una oportunidad durante su vida mortal, Jesús enseñó:
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? “Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; “Y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.” (Lucas 15: 4-7.)
Esta parábola ilustra el gran valor de cada persona a la vista de nuestro Padre Celestial.
En la actualidad, cuando nuestra sociedad es cada vez más compleja, muchas fuerzas se combinan para que la persona se sienta insignificante y de escaso valor, reconocida, a veces, sólo como un número más en las fichas gubernamentales, en las listas universitarias, o en el banco. Como resultado, a menudo concluye que la vida humana es frívola, poco más que una burbuja en la cresta de una ola. Ahora, más que nunca, es necesario que toda persona comprenda el amor que siente un Padre divino en cuya vista el ser tiene un lugar eterno. Más importante que cualquier descubrimiento científico o trocito vislumbrante de conocimiento mundano es el recordatorio del valor del ser humano que el Señor dio a los hombres por intermedio del profeta José Smith:
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! “Ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18: 15-16.)
Una parábola moderna cuenta de un granjero que logró una plantación de trigo más abundante que cualquier otra que jamás había tenido. Dice el relato que el hombre no podía pensar en más que los tesoros que adquiriría con el dinero que su cosecha obtendría. Todos los días visitaba los campos, admiraba aquel mar de grano rubio, volvía a casa orgulloso y le contaba a su familia de lo rico que pronto sería.
Este mismo granjero tenía un hijito enfermizo que le suplicaba que lo llevara a ver los extensos campos de trigo maduro. El padre consintió, envolvió al niño en una frazada y se lo llevó. Absorto con el tesoro que ante él se desplegaba, el padre no se dio cuenta inmediata de que su hijo ya no estaba a su lado. Pasó algún tiempo antes de que se percatara de que el niño se había alejado, y comenzó a buscarlo entre el trigo, que era más alto que la criatura. Sin lograr encontrarlo, el desesperado padre se apresuró a llegar al pueblo y pedir la ayuda de sus vecinos. Todos acudieron. Formaron una inmensa cadena tomados de la mano y comenzaron a marchar lentamente hacia adelante, pisoteando las gruesas espigas hasta encontrar el cuerpecito del niño. Desolado, el padre lloró la muerte de su hijo, a quien tanto amaba. Se dio cuenta de que el valor de una persona es mayor que el de las posesiones materiales. (Sidney H. Alexander, hijo, “Today’s Crises,” Vital Speeches, 1 de enero de 1963, pág. 185-86.)
Como hijos de Dios, nosotros también debemos darnos cuenta del gran valor de cada persona. En ¡a Iglesia gastamos grandes sumas de dinero y tiempo para “salvar a los muertos” por medio de la genealogía y la obra de! templo, y para enviar a miles de jóvenes (y a otros que están dispuestos a hacerlo) para predicar el evangelio y recoger a los que desean “escuchar la voz del buen pastor”. Diligentemente buscamos a toda persona que desee aceptar nuestro mensaje.
No obstante, otra parte importante de nuestros esfuerzos de hallar a toda persona es la de encontrar y regenerar a aquellas que son almas perdidas. Esto no siempre es tan fácil como encontrar a ovejas extraviadas. Las huellas de las ovejas son más evidentes y fáciles de seguir que los impulsos y motivos que se encuentran en la mente y el corazón de los miembros que se han alejado, muchos de los que demuestran ser indiferentes ante los valores espirituales del plan de vida que el evangelio ofrece. Mi gran preocupación es por los hijos e hijas de Dios entre nosotros, que tan a menudo catalogamos de ‘’inactivos”. Ellos constituyen una parte valiosa del número total de miembros de la Iglesia.
A menudo, el contacto primordial que los miembros inactivos tienen con la Iglesia es el de los maestros orientadores, quienes obran bajo la dirección del obispo y de los líderes de quorum del Sacerdocio de Melquisedec. Mi propio interés por este importante deber del maestro orientador comenzó cuando era aún muy joven.
Preparación y actitud Cuando era un joven preparándome para salir al campo misional, tuve un obispo sobresaliente. Se llamaba Marion G. Romney, hoy miembro de la Primera Presidencia. Al darme a mí y a mi compañero una asignación como maestros orientadores, el obispo Romney hizo hincapié en la importancia de ser humildes, de orar y de preparar un mensaje espiritual inspirado. Nos prometió que hallaríamos gran gozo en las oportunidades que se nos presentaran en esta asignación. Nos pidió que visitáramos a cinco familias, tres de las cuales eran inactivas. Esta asignación era tan importante para el obispo Romney que su entusiasmo e interés por ella pronto se convirtió en nuestro. Sus detalladas instrucciones de cómo lograr nuestro objetivo nos dejaron muy impresionados y seguimos su inspirado consejo cuidadosamente. Después de varias visitas, todas nuestras familias, aun aquellas que eran inactivas, se tornaron muy amigables, y al fin, todos se volvieron miembros activos de la Iglesia.
El obispo Romney había hecho que la asignación de maestros orientadores fuera importante para nosotros; nos instó a prepararnos con esmero y a tomar seriamente el resultado de nuestras visitas. Nos ayudó a desarrollar el deseo y la fe que hacen una gran diferencia; nos enseñó que el cumplimiento aburrido y mecánico de cualquier asignación la destina a ser un fracaso. Nos hizo comprender que el primer factor esencial para lograr el éxito en la obra que desempeñan los maestros orientadores con los miembros inactivos es el mismo maestro orientador. La preparación, dedicación, actitud e iniciativa del maestro orientador son vitales.
Amistades Hace algunos años, un amigo mío fue llamado como misionero de estaca. Su trabajo cotidiano era el de gerente de un supermercado algo grande. Una de sus clientes era una mujer mayor, de buena posición y prestigio en la comunidad. Mi amigo desarrolló una buena amistad con ella, e hizo todo lo posible por expresarle el agradecimiento que sentía por ser ella su cliente. Procuró cumplir con todos sus pedidos y se esmeró por llevar las cosas que había comprado al automóvil, abrirle la puerta para que entrase, y ver que saliera bien rumbo a su casa. Siempre le sonreía, se dirigía a ella con palabras amables y educadas, y la saludaba con un ademán de la mano. Ella, a su vez, lo apreciaba porque le mostraba su amistad, y también por sus expresiones de ayuda y buena voluntad.
Él se sorprendió una noche cuando, sin saberlo, llegó a la casa de esta señora mientras él y su compañera de misión tocaban puertas. Ella entreabrió la puerta con cautela al principio, pero al ver quién estaba allí, la abrió ampliamente y dijo, feliz: “¡Qué sorpresa tan placentera!”
Él le explicó que en esa ocasión no desempeñaba los deberes de comerciante, sino que venía como misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ella le respondió que tenía su propia religión, que por años había rehusado oír a los representantes de la iglesia mormona y que no tenía interés en su mensaje. Pero exclamó: “Con usted es distinto. Por favor, entren. Quiero oír lo que usted, un espléndido caballero cristiano, tiene que decir.”
Eso fue tan sólo el principio. No necesitamos contar toda la historia. Basta decir que se convirtió a la Iglesia y que es feliz, todo porque su corazón fue ablandado por este maravilloso Santo de los Últimos Días.
La experiencia de mi amigo también ilustra el segundo punto esencial para alcanzar a los que no demuestran ningún interés. Es preciso construir un puente de amistad antes de introducir el tema de la religión y de la participación en la Iglesia. Una relación que se establece primeramente sobre la base de buenos sentimientos mutuos ayudará a que desaparezcan los temores, las incertidumbres y el antagonismo, y abrirá las puertas del entendimiento y de una buena acogida del evangelio.
El tercer principio fundamental en esta emocionante meta de reclamar a los miembros inactivos es el de usar bien el tiempo. El pasaje de Escritura dice muy acertadamente:
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. “Tiempo de nacer,. . . tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado.” (Eclesiastés.3:1-2)
Mi amigo misionero de estaca tuvo otra experiencia que le enseñó a nunca considerar a la gente como seres invariables o imposibles de cambiar.
Las personas no son ni piedras ni estrellas, y tienen cambios constantes.
Un médico rechazó a mi amigo en todos sus intentos de ser su maestro orientador. El hombre era miembro de la Iglesia tan sólo en nombre. Parecía que la puerta de su casa estaba permanente y seguramente cerrada para los representantes de la Iglesia, pero una noche mi amigo había ido al hospital para hacer una visita, y se sorprendió y entristeció al ver internado al obstinado médico. Humildemente, pero con gran valor, se acercó a él y le preguntó: “¿No le gustaría que le diéramos una bendición de salud?”
“Eso, por sobre todas las cosas, sería lo que más me ayudaría en este momento,” afirmó el débil y desanimado médico. Y eso, dijo mi amigo, fue lo necesario para reactivar a este hermano previamente inactivo. Parece que para todos hay un momento, si tan sólo el Espíritu de Dios toca nuestro corazón para saber la acción que nos corresponde tomar.
Todos experimentamos ciertos acontecimientos en nuestra vida que nos hacen más propensos a cambios o que nos ayudan a considerar nuestras prioridades espirituales. Así es también con los miembros inactivos. Aquellas familias inactivas que habéis sido asignados a visitar en capacidad de maestros orientadores pueden estar más dispuestas a cambiar cuando enfrentan una dificultad específica o cuando un acontecimiento importante se hace presente en sus vidas o en las de sus hijos. Manteneos al tanto y estad listos para ser una influencia espiritual en sus vidas cuando se presente el momento adecuado.
La conversión La conversión espiritual al evangelio de Jesucristo es la influencia más poderosa que motiva a una persona a ser activa. Dirigid vuestro mayor esfuerzo en este sentido; haced los arreglos necesarios para que el líder de quorum y el obispo inviten a las parejas inactivas al seminario de preparación para el templo que se lleva a cabo a nivel de barrio o estaca. Asistid al seminario con las familias que se os han asignado y demostrad vuestro interés durante sus visitas contestando sus preguntas y animándolos a que continúen progresando.
Si vuestras familias se muestran indecisas ante la posibilidad de asistir al seminario, pedidles que os den la oportunidad a vosotros de enseñarles los principios del evangelio en sesiones semanales en su propio hogar, donde vosotros podéis cuidadosamente presentar una instrucción sistemática de los principios del evangelio. Procurad que las sesiones sean breves (de treinta a cuarenta y cinco minutos) y utilizad el curso de estudio Lecciones para el seminario de preparación para el templo (PBPM0101SP), las lecciones misionales regulares, o el libro Principios del Evangelio (PBIC0245SP). La mayoría de las familias responderán positivamente ante la oportunidad de que se les enseñe el evangelio en su propio hogar.
Enseñad sin intentar extraer compromisos o contribuciones y sin esperar cambios inmediatos en el comportamiento. Permitidles desarrollarse con la verdad que les presentáis y sentir que su corazón se ensancha con entendimiento y fortaleza espiritual. A menudo, ellos mismos trazarán sus propias metas y harán sus propios compromisos al aprender más del evangelio.
Continuad enseñando en sesiones semanales en su hogar hasta que la familia sea espiritualmente autosuficiente. Esto tal vez suceda en cuestión de unas pocas semanas, o tal vez requiera muchos meses.
Padres Haced que el padre sea el foco de vuestros esfuerzos, porque cuando él se active, por lo general, influirá a su familia a que también lo haga. Hablad con él de vuestras visitas y actividades con la familia, pedid su dirección y honrad sus peticiones. Cuando estéis en su hogar, permitid que él os diga quién debe ofrecer la oración, qué temas debéis enseñar, y qué sugerencias se deben presentar al resto de la familia.
La participación Cuando sea apropiado, procurad dar a las familias que se os han asignado la oportunidad de servir y de participar en una de las organizaciones de la Iglesia, Aun cuando necesitan desesperadamente vuestro amor y servicio, también necesitan crecer por medio de su propio servicio y participación. Los quórumes deben organizar comités apropiados, presididos por activos poseedores del Sacerdocio de Melquisedec que den informe regular a la presidencia del quorum. Además de los dos o tres hermanos activos que componen cada comité, también se puede solicitar la participación de un hermano inactivo. Frecuentemente, los hermanos inactivos que no aceptan la invitación general de asistir a la Iglesia están dispuestos a honrar la solicitud específica de servir en un comité donde se toman en cuenta sus intereses. En esa clase de ambiente, estos hermanos pueden formar amistades, adquirir madurez en el evangelio y aumentar su confianza en situaciones espirituales dentro de la Iglesia.
La paciencia Nuestros esfuerzos en la activación de algunas familias tal vez requieran un largo período de servicio prestado con suma paciencia, ya que “el hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte” (Proverbios 18:19). Todas las personas progresan a su propia velocidad, y algunas requieren más tiempo que otras para activarse. Tened paciencia con ellos; ésta es una obra j que requiere tiempo.
Guía espiritual No hay un método de activación que pueda lograr abarcar a todos. Las razones por las que algunos miembros no son activos son tan diversas como las personas mismas. Vuestros planes de activarlos deben trazarse cuidadosamente, con oración, y de acuerdo con la necesidad que tengan. Sólo el Señor sabe el secreto para ablandar el corazón de las personas.
Hay muchos miembros de la Iglesia que tienen gran necesidad de la influencia fortalecedora de hermanos y hermanas que les demuestren su interés. Mientras que los maestros orientadores desempeñan una obra muy importante con los miembros inactivos, todos los miembros y organizaciones de la Iglesia comparten la responsabilidad. El presidente Spencer W. Kimball ha dicho:
“Los ciclos de inactividad e indiferencia se pasan de padres y madres a hijos e hijas. Debemos romper el ciclo en dos lugares a la vez.
Debemos extender la mano y retener a una mayor cantidad de nuestros jóvenes y jovencitas para que continúen fieles, para que sean dignos de ir a la misión y de contraer matrimonio en los santos templos. Al mismo tiempo, debemos extender la mano y retener a muchos más padres y madres. (Seminario de Representantes Regionales, 30 de septiembre de 1977.)
A medida que extendamos la mano a nuestros hermanos y hermanas, tanto el forma individual como dentro de las diversas organizaciones, debemos recordar que “es el toque humano en este mundo lo que más importa. . . mucho más importante al corazón que desfallece que el abrigo y el pan” (Spencer Michael Erees, “The Human Touch”, A Treasury of Inspiration, ed. Ralph L. Woods, New York: Thomas Y. Crowell Co., 1951, pág. 327). El toque humano, por cierto, es el principio para todos los buenos maestros orientadores, pero también es necesario que exista el “toque divino”, tanto para el que enseña como para el que aprende.
Al cumplir con este deber con diligencia, eficacia y alegría, ruego que sintamos el gozo que Cristo describió:
“Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve. . . que no necesitan de arrepentimiento.” (Lucas 15:6-7.)
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